Cambió lo incambiable, y siguió destruyendo los pasos y huellas dejadas por el mismo sin darse cuenta.
Dejó a un lado lo blando e inútil, caminó y arrasó con las almas inertes, frío, como si nada pasara, no pensaba, no razonaba, solo caminaba.
De pronto apareció su fibra, su flor, su vida, abrió los ojos como si nunca los hubiera abierto y vio.
Sus manos
se posaron
sobre ella.
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